EL PUNTO DE PARTIDA

Por: Pr. Telmo Sánchez.C

DIEZMO – EL PUNTO DE PARTIDA

Desde hace aproximadamente unos dos años he venido escuchando comentarios sobre el diezmo, comentarios como que este ya no está vigente porque esto solo se aplicaba al Antiguo Testamento, y que como nosotros somos Novo testamentarios ya no tenemos que cumplir, comentarios que han llevado a muchos hermanos a dejar de diezmar usando este argumento expuesto por aquellos que descontextualizan la Palabra o quieren manejar estos asuntos a su conveniencia para dejar de cumplir con lo que Dios claramente nos manda a través de su Palabra.

Como no quería ser un aventurero que se lanza a decir cosas sin ningún fundamento bíblico y guiado por simples emociones que justifican su incumplimiento a los claros principios y mandamientos establecidos en la Palabra de Dios, tuve que pasar mucho tiempo en oración, pedir la dirección de Dios y dedicarme al estudio serio de las Escrituras, así como también a apoyarme en la investigación por personas eruditas que manejan los temas con absoluta seriedad para darnos luz y dirección sobre lo que es correcto. Para decir esto, no podía basarme en comentarios de quienes simplemente buscan notoriedad a través de cualquier barbaridad tratando de agradar a aquellos que “tiene comezón de oír” e irse en pos de sus locuras que desvían de la verdad y los propósitos de Dios. Sé que aun después de lo que voy a decir, muchos mencionaran que estoy fuera de contexto para excusarse en cumplir con lo que como hijos de Dios tenemos que cumplir, porque esa es su naturaleza, personas que cuando les conviene, el Antiguo Testamento si está vigente y es muy pertinente para lo que quieren decir, pero cuando Dios a través del Antiguo Testamento les habla del cumplimiento de obligaciones, ahí ya no está vigente; creo que como hijos de Dios tenemos que ser coherentes en todo lo que hacemos y decimos, pues la misma Palabra nos aclara al decirnos que “nuestro si sea si, o nuestro no sea no”, entonces no podemos decir “esto si está vigente y aquello no”.

HABLEMOS CLARO

 

Los escritores del Nuevo Testamento se ocupan muy poco del diezmo. No hay más de nueve referencias, de las cuales seis son Hebreos 7:2-9. Las otras tres están en Lucas 18:12, en una referencia critica de Jesús al fariseísmo, y en los pasajes paralelos de Mateo 23:23 y Lucas 11:42.

En el Antiguo Testamento, tenemos más de cuarenta pasajes sobre el diezmo, indicando inicialmente una práctica universal y después una exigencia de la ley mosaica. Los pueblos de todo el mundo siempre ofrecieron dadivas a sus dioses. El porcentual de la ley mosaica no es exclusivo de los judíos. Hay registro del pago del diezmo en la historia de egipcios, de los griegos y de los pueblos de Mesopotamia; siempre en forma de dar sustento a los cultos y al sacerdocio.

 

Génesis 14:20. Abram paga los diezmos a Melquisedec. Es la primera vez que se habla del diezmo en la Biblia. El patriarca Abram regresaba de una victoria en la guerra con cuatro reyes, trayendo grandes riquezas como despojo. El sacerdote, rey de Salem, viene a su encuentro y lo bendice en nombre de Elion el Dios Altísimo, el poseedor del cielo y de la tierra. Melquisedec alaba a Dios, quien entrego a los enemigos en las manos de Abram. Acto continuo le dio Abram los diezmos de todo” (v. 20).

El texto no dice que Abram dio los diezmos como reconocimiento por la victoria militar alcanzada, como tributo o por temor. La motivación de la práctica está en Génesis 15:6 “Y creyó a Jehová (Abram), y le fue contado por justicia. Justificado por la fe. La fe fue la motivación de la dadiva. El contexto nos ayuda a la comprensión.

El rey de Sodoma ofrece los despojos a Abram, quien le responde: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomare de lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram” (Gn. 14:22, 23). El padre de la fe no quería las riquezas de Bera, rey de Sodoma, la capital de la iniquidad. Su galardón es el Señor.

“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Gn. 15:1).

La seguridad y la riqueza de Abram es su Dios, quien es el creador y dueño de los cielos y la tierra. Él tiene toda la riqueza espiritual, además de toda la riqueza material necesaria. Sus diezmos testifican de su fe en Dios.

Hebreos 7:2-9 trata de la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio levítico. Entre otros argumentos, el autor habla de la superioridad de Melquisedec sobre Levi. El curioso argumento es el siguiente:

a)     Levi es descendiente de Abram.

b)    Abram dio el diezmo a Melquisedec, luego Melquisedec es superior a Abram y a su bisnieto Levi (v. 7).

c)     Melquisedec es el prototipo de Cristo (Sal. 110:4)

d)    Cristo es superior a Levi, por tanto el sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio levítico.

En Hebreos 11 vemos que Abram, Isaac y Jacob, así como Abel, Noé y José “conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido” (v. 13). Vivieron, lucharon, vencieron y murieron en esa fe. La fe que animaba el corazón de Abram era la fe en el Ungido que saldría de su simiente para ser bendición de todas las familias de la tierra (Gn. 12:1-3).

Los sacrificios del antiguo pacto también eran sacrificios proféticos. Eran “sombra de los bienes venideros” (He. 10:1) que apuntaban hacia Cristo (He. 10:10). Para el sostenimiento de ese culto de esperanza los israelitas daban sus diezmos por la fe. Cuando la fe vacilaba, los diezmos eran ocultados (Mal. 3:7-10). La conclusión que se impone, a menos que queramos desconocer el eslabón que une a Melquisedec, el culto levítico, la pascua y el propio Israel a la esperanza mesiánica es que Cristo era objeto ulterior de todos los diezmos. Entregar los diezmos es sustentar el culto, es mantener encendida esa llama de la esperanza mesiánica.

La misma fe que movía los fieles del antiguo pacto a adorar a Dios con sus diezmos, la fe en el Mesías prometido, mueve también el corazón de los cristianos hacia la mayordomía total, la fe en el Señor y Salvador Jesucristo.

Lucas 18:9-14. El diezmo legalista sin fe, no es bendición. Jesús hablo de un fariseo que ayunaba dos veces por semana, daba el diezmo de todo, sin embargo, descendió para su casa sin ser justificado. La oración del fariseo cayo en el vacío, aun siendo el un diezmero, por causa de su orgullo, de su auto justificación y de su falta de fe. Su problema espiritual era que el confiaba en sí mismo y no en Dios, a pesar de ser un diezmero escrupuloso. El daba sus diezmos mas no daba su corazón, no daba la fe. Y es la fe la que justifica, la que galardona, no las obras (He. 11:6).

Mateo 23:23. Lo más importante no nos exime de cumplir lo menos importante. Jesús condena la hipocresía de los fariseos que daban los diezmos da hasta los condimentos caseros recogidos en la huerta, pero no se preocupaban por la justicia, la misericordia y la fe. Jesús es categórico: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. El problema de los fariseos era que a pesar de ser minuciosos en el diezmar, no diezmaban con una motivación correcta. El motivo es más importante que el valor de la ofrenda. Quien da sus diezmos sin una motivación correcta, nunca regresara a su casa justificado. El impulso motivador del diezmo debe ser “la justicia, la misericordia y la fe”

La justicia es el discernimiento según los criterios de la verdad. Es justicia y rectitud en el proceder conforme a la voluntad de Dios. Es someterse al juicio de Dios y conducir la vida de acuerdo con su voluntad:

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi 6:8).

La misericordia es la compasión que avanza sobre el terreno de la justicia. Es la segunda milla. Es la virtud de quien no pregunta por sus propios derechos, sino por la necesidad del prójimo. Es la compasión de sentir el dolor de quien sufre como si fuese su propio dolor:

“Porque misericordia quiero, y no sacrificio y conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os. 6:6).

La fe es la visión de lo invisible, el alcance de lo imposible. No solo es reconocer que las cosas pueden acontecer, sino actuar decisivamente para que acontezcan. No es quedarse a la espera de la certeza de las cosas que van a acontecer, sino que es someterse voluntariamente para que acontezcan.

Lo que hizo que la ofrenda de Abel fuera aceptable fue la fe. Lo que hace que el diez por ciento dado a Dios se convierta en un diezmo aceptable para Dios es la fe. Si fe es imposible adorar (acercarse) a Dios. Las ofrendas sin fe no son dadas a Dios sino a uno mismo.

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6).

La justicia, la misericordia y la fe, siempre como articulo definido indicando que no se trata de cualquier criterio de juicio, ni de cualquier sentimiento afectivo, ni de cualquier creencia, sino de una conciencia de justicia conforme a la justicia de Dios, de misericordia a nivel de la misericordia de Dios, y de la fe que tiene como objeto la persona de Cristo: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (He. 12:2). Esas son las virtudes que deben tenerse en cuenta en la entrega de los diezmos para que tengan aceptación delante de Dios.

El diezmo no debe ser un medio de los líderes de la iglesia o de la denominación para presionar sobre las ofrendas, a fin de obtener dinero para suplir las necesidades presupuestarias. Para hacer la obra de la iglesia y de la denominación, la iglesia necesita de dinero y la fuente de esos recursos es la generosidad de los creyentes. Pero la presión no es la necesidad ni es la motivación correcta para los diezmos. Pues, apenas pasen los aprietos financieros, la apelación a la liberalidad en la ofrenda perderá su fuerza, y los creyentes dejaran de crecer espiritualmente mediante la práctica de la mayordomía.

El diezmo no es una contribución para cumplir una exigencia legal, un acto de exoneración, ni un medio de obtener gracia delante de Dios. Cuando tiene ese aspecto, el diezmo deja de traer alegría y crecimiento de la fe. Ser diezmero no es hacer comercio con Dios. No se puede hacer “negocio” con lo que es de otros. Sería un robo. Ejemplificando: yo no puedo tomar un caballo que pertenece al señor Pérez, como pago de un becerro que le compre al mismo señor.

No puedo dar los diezmos a Dios a cambio de bendiciones de Dios porque los diezmos que están en mis manos son propiedad de Dios.

El diezmo no es un medio para tener estatus delante de la iglesia, no es una forma de obtener prestigio. Hubo una pareja que dio una ofrenda con esa motivación y el resultado fue trágico. Me refiero a Ananías y Safira (Hch. 5:1-11).

El diezmo no es un medio por el cual pague para que otros den testimonio de Cristo en su lugar o hagan beneficencia en su lugar. Muchos creyentes piensan que una vez que entregaron sus diezmos, están exentos de hacer la evangelización y obras de beneficencia.

El diezmo no compra nuestra ociosidad en el reino de Dios. Mucho más que nuestros diezmos, Dios nos quiere a nosotros. Más que a nuestros diezmos, Dios necesita del desarrollo de su reino, de nuestros talentos, de nuestro tiempo, de nuestras oraciones y de nuestra vida.

El diezmo no es un medio de sobornar la justicia de Dios. No nos exime de vivir los modelos éticos señalados en la Palabra de Dios. En algunas iglesias es tenido por aprobado que los “buenos” contribuyentes no deben sufrir disciplina. Por esa hipocresía es que Jesús reacciono contra los fariseos en Mateo 23:23.

El diezmo no es un lujo de quienes tienen demás, no es una aplicación razonablemente ética para el excedente, no es algo superfluo. Tampoco es una dadiva que se ofrece a la iglesia para aplacar la conciencia. Ese tipo de diezmo deja de ser una bendición y para a ser un daño para el creyente y la iglesia.

¿Qué  es entonces el diezmo cristiano?

1)    El diezmo es diez por ciento de los ingresos, es una referencia simbólica, el comienzo, el punto de partida para el quantum (el cuanto) de la contribución del cristiano. Lo que va a determinar el índice de la ofrenda no es un porcentual fijo, sino la fe, la visión de los objetivos generales de la iglesia, la dimensión del amor del creyente para su Señor y Salvador y el conocimiento que él tenga del amor de Dios. En la medida que el creyente entienda que Dios es el creador y el dueño de los cielos y la tierra y de que Jesús es su grande galardón, la tendencia natural de su mente no será fijar un porcentaje mínimo del diez por ciento para la ofrenda, reteniendo el máximo posible para sí, sino ofrendar el máximo posible, reteniendo para si lo indispensable para sus necesidades. El Nuevo Testamento habla también de un porcentaje inmovilizado como modelo para la contribución para el reino de Dios. El diezmo bastaba para los fariseos porque ellos apenas querían cumplir un precepto legal. Jesús dice: “… si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos” (Mt.5:20). El diezmo es gracia, una gracia que Pablo llama generosidad (2 Co. 8:1, 2). No se mide en forma aritmética el porcentaje, pero si en intensidad de amor. Nadie debe invocar 2 Corintios 9:7 para dar menos que el diez por ciento, porque esto sería una contribución por debajo del nivel de la ley, lo que es inconcebible para quien está bajo el evangelio de la gracia.

2)    El diezmo cristiano es una expresión de su adoración, una forma de adorar a Dios. El diezmo debe decir que la misericordia, la justicia y la fe, son una motivación para la vida. El diezmo expresa la gratitud del creyente, no por quedarse con el noventa por ciento restantes, sino por poder ofrendar, a partir del diez por ciento, conforme a lo propuesto en su corazón, con alegría, como adoración a Dios. Al entregar nuestros diezmos, estamos devolviendo un valor que está bajo nuestro cuidado y que no nos pertenece, sino que pertenece a Aquel a quien lo entregamos. Nuestro diezmo expresa adoración, alabanza, gratitud, consagración y santificación. Indica que no solamente nuestra alma y nuestro espíritu están envueltos en la adoración a Dios, sino todo nuestro ser, inclusive nuestro cuerpo, con todo lo que somos (Ro. 12:1, 2).

3)    El diezmo es el reconocimiento expreso de que entendemos y aceptamos la soberanía de Dios sobre el mundo y sobre nuestra vida. Al entregar los diezmos, el cristiano está diciendo: “Jesucristo es el Señor”. El diezmo, como base inicial de la generosidad de los cristianos, es democrático, equitativo y justo. Es democrático porque la participación es libre y voluntaria. Todos pueden participar, sin distinción ni diferencia de ninguna naturaleza. Es equitativo porque la alegría es igual para todos. Quien da más en dinero, no tiene por qué recibir más en alegría y en bendiciones  espirituales. Es justo porque distribuye las responsabilidades conforme a la capacidad o la prosperidad de cada creyente. El diezmo es una muestra del carácter cristiano como proyección del carácter de Dios. Al entregar el diezmo, el creyente está haciendo uso de su libertad de decidir, está demostrando que él no es esclavo de los bienes materiales, sino libre para determinar dónde y cómo desea administrar su dinero. El diezmo es justo especialmente porque es la entrega de lo suyo a su Dueño.

4)    El diezmo es un indicador, un termómetro del nivel espiritual del creyente y de la iglesia. Liberalidad en los diezmos es seguridad de avivamientos. (2 Cr. 31:5, 6; Neh. 13:12). A la omisión de los diezmos sigue la apostasía (Mal. 3:7, 8). No todo diezmo indica espiritualidad, pero la espiritualidad resulta de la liberalidad de los diezmos. Cuando los diezmos son negados, no es el presupuesto de la iglesia el que corre el mayor riesgo, es la fe, la misericordia y la justicia. De allí que la manera más eficaz de elevar el nivel de la mayordomía de los bienes es elevar el nivel de la espiritualidad, por la oración, por el estudio de la Biblia, por la dedicación a la evangelización y las misiones, por la compasión para con los necesitados y sobre todo por la realidad de la presencia del Señor Jesús.

El apóstol Pablo no usa la palabra diezmo, pero es el quien nos transmite las más explicitas recomendaciones sobre el método de la contribución cristiana. Antes de conversión, como fariseo seguramente el habrá sido un diezmero meticuloso, hasta de un manojo de comino recogido en la huerta. Después de su conversión no ya por la ley sino por la gracia, él se da primeramente a sí mismo al Señor, aceptando la soberanía de Dios en su corazón (“Señor, ¿Qué quieres que yo haga? (Hch. 9:6) da su vida, su trabajo (Hch. 18:3), sin medir sacrificios. Él tiene amor a Jesús suficiente como para entregar mucho más de lo que es, el diezmo, para entregar todo. Pablo recomienda:

“En cuanto a la ofrenda de los santos, haced vosotros también de la manera que ordene en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a estos enviare para que lleven vuestro donativo a Jerusalén” (1 Co. 16:1-3).

Cada primer día de la semana. Contribuir sistemáticamente, como parte del culto de adoración en el día del Señor.

Cada uno de vosotros. El privilegio es de todos. Nadie, sea cual fuere el nivel de su prosperidad, debe privarse de la gracia de esa contribución.

Ponga aparte. Santifique, separe para un fin específico.

Algo. ¿Lo mínimo que se pueda? Ciertamente lo máximo de acuerdo como leemos: “Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas”, dieron voluntariamente (2 Co. 3:8).

Según haya prosperado. La proporción de su prosperidad, no la proporción de sus inversiones, ni la proporción de sus necesidades. La proporcionalidad de la contribución está allí reconocida, como en 2 Corintios 8:13, 14: “Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos”. Dios da la prosperidad. La contribución lo reconoce.

Para que cuando yo llegue no se recojan ofrendas. Contribuir con previsión, con celo. Dios no nos dio un amor improvisado, un amor de última hora. Dios planeo su dadiva de amor desde la eternidad. ¿Por qué pensaríamos que podríamos agradar a Dios con un diezmo improvisado, sin previsión?

A quienes hubiereis designado por carta, a estos enviare. Se debe respetar la decisión, los derechos y los impulsos motivadores de los ofrendadores. La diligencia en la aplicación de las ofrendas es tan necesaria como la diligencia en la contribución.

La iglesia local es el canal apropiado. En resumen, lo que Pablo enseña sobre la contribución es:

1)    La contribución debe ser sistemática.

2)    Todos deben contribuir.

3)    La contribución debe ser realizada a través de la iglesia local.

4)    La contribución es santificada por la santidad de su propósito.

5)    La contribución debe ser proporcional a los ingresos.

6)    La contribución debe ser aplicada rigurosamente dentro de los destinos dados por los que ofendan.

 

Sé que surgirán algunas preguntas con respecto a este tema. Con la Biblia en la mano procuraremos respuestas para, por lo menos, diez de esas preguntas.

1.     Quien recibe salario o ayuda de la iglesia, ¿debe dar el respectivo diezmo? ¿Esos valores no fueron ya diezmados? ¿Por qué una repetición del tributo?

Respuesta: El diezmo no es un tributo. Es dadiva de amor. El valor del diezmo no está en el dinero, sino en el espíritu del que ofrenda. Los miembros de la iglesia que separaron una parte de sus ingresos y la ofrendaron como diezmo, demostraron su fidelidad y crecieron espiritualmente. ¿Por qué quitar ese privilegio a los que reciben salario de la iglesia? “Dios ama al dador alegre” (2 Co. 9:7).

2.     ¿Debe la iglesia impedir que los que no diezman ocupen puestos de liderazgo en la iglesia?

Respuesta: Si un miembro de la iglesia no demuestra tener su corazón en la misión o razón de ser de la iglesia, poco se puede esperar de su contribución para que la iglesia alcance sus objetivos espirituales. Jesús dijo: “Porque donde este vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Si un creyente no es fiel en lo menos, el diezmo, ¿Cómo esperar que él sea fiel en lo más importante, la justicia, la misericordia y la fe? No es por la falta de cumplir con el diezmo, sino porque esa falta representa falta de amor de parte de ese miembro de la iglesia que no le permitirá participar efectivamente en funciones del “liderazgo” de la iglesia. Este debe ser motivo de oración, de arrepentimiento y de nuevos propósitos.

3.     ¿Qué de un diezmero que ha fallado? Un creyente, diezmero o no, paso algún tiempo sin diezmar. Ahora el decidió volver a diezmar fielmente. ¿Debe pagar lo atrasado?

Respuesta: El diezmo no entregado es una deuda espiritual que el creyente tiene para consigo mismo y para con su familia. No es una deuda con la iglesia, pues, el diezmo no se da por obligación sino por amor. Aquel tiempo “pasado” en el que un creyente dejo de ser bendecido, jamás será recuperado. Si aquel creyente desea voluntariamente pagar lo atrasado, que haga las cuentas y como una ofrenda de amor lo entregue; pero no para pagar una deuda. Que restituya lo que retuvo como propiedad de Dios, pero no por obligación sino voluntariamente. Con todo, que no sea ese problema un obstáculo para comenzar a practicar de nuevo la mayordomía total. “El que encubre sus pecados no prosperara, más el que los confiesa y se aparta alcanzara misericordia” (Pr. 28:13).

4.     Los hermanos casados cuyos cónyuges no son creyentes y se oponen a que el creyente se diezmero, ¿Cómo deben proceder?

Respuesta: Toda persona recibe algún valor para los gastos personales. Comience a dar el diezmo sobre esos valores y entregue el problema en las manos de Dios. Ore sobre el asunto y Dios multiplicara los frutos de su fidelidad. Vale mucho el testimonio delante del cónyuge incrédulo, mostrando que Cristo hace de la persona una mejor esposa, un mejor marido. Mediante el fiel testimonio y las oraciones lograra modificar la situación (1 Co. 7:14).

5.     Cuando el marido o la esposa, miembros de la iglesia, no concuerdan con la entrega del diezmo, ¿Cómo debe proceder la parte de la pareja que desea diezmar?

Respuesta: No solamente en relación con los cónyuges, sino también en relación con los hijos, la respuesta es una sola: rodillas en tierra. Discutir, cuestionar y tomar represalias solo agravara el problema. En la mayoría de las veces, por tratarse de una desavenencia entre marido y mujer sobre diezmos, hay otros problemas. Con oración y búsqueda de consejos, estos problemas pueden resolverse (Fil. 4:19).

6.     Muchos jóvenes y adolescentes no tienen un salario, sino que reciben una mensualidad fija o no. ¿Cómo pueden ser diezmeros?

Respuesta: En el caso de adolescentes y jóvenes, los padres deben dar a los hijos un determinado valor para su contribución, para que ellos se sientan participantes integrados a la iglesia. Además de eso, los adolescentes y jóvenes pueden separar el diezmo de los valores que reciben para su uso personal. Muchos jóvenes han sido bendecidos con esta práctica. Lo mismo pueden hacer los hijos de padres no creyentes. Los adolescentes y jóvenes pueden realizar tareas remuneradas para tener su propio diezmo como resultado de su trabajo.

7.     ¿Debe el marido creyente dividir su diezmo con la esposa o debe figurar el diezmo como ofrenda de la pareja?

Respuesta: Así como la salvación y la santificación, la contribución es algo muy personal. Cada miembro de la familia debe comprometerse con el Señor y debe tener su nombre registrado como contribuyente. En el caso del marido y la mujer, si la mujer no tiene salario, el marido debe dividir con ella su diezmo. Si la esposa no va a la fábrica o a la oficina a trabajar, es porque ella trabaja en la casa en la administración del hogar, mereciendo una parte del salario del marido. Ella no es una esclava, sino una compañera. Su trabajo, por justicia, debe ser reconocido por el esposo. Si ambos, marido y mujer, tienen salarios separados, el ideal será que sumen todos los ingresos de la familia y de allí separen el diezmo, dividiendo igualmente entre los esposos y determinando también una parte para los hijos.

8.     ¿Se debe diezmar el salario bruto o neto?

Respuesta: Ya fijamos nuestra posición a este asunto en los capítulos anteriores. San embargo, vamos a repetir que el diezmo del salario debe incidir sobre el total y no sobre el líquido o el neto recibido. Es fácil entender por qué.  Los descuentos de impuestos, previsión social, etc, son hechos en favor del asalariado. Deducir del diezmo el descuento para los impuestos de los ingresos es hacer que la iglesia cumpla la obligación cívica del ciudadano.

9.     ¿Debe darse el diezmo de la venta de un objeto o un bien inmueble adquirido con el dinero, de salarios ya diezmados?

Respuesta: Si el creyente quiere ser fiel en su mayordomía y demostrar su amor al Señor, nunca hará las cuentas para menos, sino para más. Además de los diezmos sobre sus salarios, él puede ser generoso en sus ofrendas, con los ingresos obtenidos por la venta de cualquier bien que posea. Repitamos aquí que cuando un creyente quiere ser generoso, siempre encontrara el camino. Cuando no quiere, siempre encontrara una razón (Mal. 3:10).

10.                        ¿Cuándo se debe comenzar a enseñar a los hijos a diezmar?

Respuesta: Muchos padres consiguen y proveen sobres de contribución para sus hijos, apenas ellos nacen. Lógicamente, los hijos no entienden nada de lo que está haciendo el padre en su nombre. Sin embargo, la dedicación de los padres tendrá una influencia positiva y duradera sobre el carácter de los niños en formación (Ef. 6:4). No es el diezmo de los padres ni el diezmo dado en nombre de los hijos que traerá bendición para los hijos. Sino que, tanto los diezmos como las bendiciones serán resultados de una misma causa, el amor de Dios reconocido en la dadiva de amor.

 

CONCLUSION

No es raro encontrar creyentes que cuestionan la validez del diezmo, alegando que se trata de una práctica de la ley mosaica del Antiguo Testamento. Cierta vez un hermano que pensaba de ese modo me dijo: “Yo soy un creyente del Nuevo Testamento y no de la ley, estoy bajo la protección de la gracia y no del Antiguo Testamento”. Hay por lo menos tres cosas que decir sobre esto.

a)     El diezmo no fue instituido por la ley mosaica. Siglos antes de que Moisés fuera dejado en el rio Nilo, en una cesta embetunada, el diezmo ya era practicado como expresión de fe y adoración a Dios. ¡Por lo menos 430 años antes! No se trata, por lo tanto, de una institución de la ley mosaica. El sacerdocio de la ley incorporo la práctica universal de expresión de fe para el sostenimiento del culto profético y de su respectivo sacerdocio. No fueron los levitas los que crearon el diezmo, ni fueron los levitas los que inventaron la dadiva de los bienes como expresión de adoración. Desde Abel, los hombres ofrecen sus bienes a Dios como expresión de adoración.

b)    No hay contradicción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Toda la teología del Nuevo Testamento muestra la revelación que Dios hace de sí mismo a través de la historia, de la ley y de la profecía del Antiguo Testamento. Jesús no vino al mundo para declarar al Antiguo Testamento fuera de moda e implantar una nueva teología. El vino para cumplir y perfeccionar la ley (Mt. 3:15; 5:17, 18). A no ser de aquello en que haya derogación expresa en el Nuevo Testamento, como hay en relación al sábado y al sacerdocio levítico, todo en el Antiguo Testamento continua en vigor en el Nuevo Testamento. No hay acción derogatoria alguna en relación con el diezmo. Por el contrario, hay una recomendación expresa de Jesús en Mateo 23: 23 cuando Jesús reclama de los fariseos la práctica de la justicia, la misericordia y la fe, sin dejar de dar los diezmos.

c)     La gracia excede la ley y alcanza a las expresiones y objetivos de la adoración. Nuestra justicia tiene exceder a la de los meticulosos escribas y fariseos, porque el culto sustentado por los diezmos en el antiguo pacto era el culto de una nación profética. Pero nuestros diezmos son para la expansión del evangelio a todo el mundo en el más corto plazo posible. No damos nuestros diezmos con el fin de alcanzar bendiciones, sino que damos nuestros diezmos porque la bendición de las bendiciones, la salvación de nuestra alma ya nos fue dada por el Señor Jesús. Lo que está dentro del sobre de contribución, inclusive para el creyente, es una prueba del amor de Dios.

Cuando hablamos de diezmo, estamos hablando de algo que prueba el amor de Dios para con nosotros, muchos más que de algo que prueba el amor nuestro a Dios. Dios nos da la tierra, la lluvia, la simiente viva, el sol y la salud. Sembramos la semilla, cosechamos el fruto, separamos nuestro diezmo. ¿Qué representa ese diezmo? ¿Nuestro amor a Dios? Si, tal vez, pero antes que nada prueba el amor de Dios, que fertilizo nuestra tierra, rego nuestra plantación, dio calor a nuestra semilla para que germinase y nos dio salud para recogerla.

La proporción para ofrendar, según el Nuevo Testamento, de hecho va más allá de la ley, como podemos ver en Hechos 4:32:

“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”

La proporción para dedicar al Señor, según la gracia es el 100%. Ténganlo como ideal los verdaderos cristianos y trabajen para alcanzarlo para la gloria de Dios. Pero por cuanto nuestra fe y las consecuencias de nuestra debilidad humana no lo han permitido, continuemos siendo fieles en nuestros diezmos a partir del equitativo, justo y democrático principio establecido en el diezmo y también en la gracia de la generosidad.

 

Pr. Telmo Sánchez C

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